Piensa más que nunca en esa última escena de la película All That Jazz que lo impulsó a abandonar la ingeniería, blanquearlo ante los padres y apostar por el cine. Después de tantos sueños, el protagonista, Roy Scheider, queda reducido a una bolsa de plástico de la morgue. De imprescindibles, se sabe, está lleno el cementerio.
Recuerda constantemente Juan José Campanella que, sin aviso, se termina el cuento y con él todo lo que uno planea. En esa escena fija sus días, a los 65 años, ahora que sólo hace caso a sus grandes deseos. Su teatro propio, el gran eje central de su vida laboral hoy, cumple dos años.
Estamos en el Politeama, ese coloso de Paraná al 300 que nació en 1879, fue demolido en 1958 y Campanella reconstruyó titánicamente junto a tres socios. La luz titila, desaparece un microsegundo, vuelve varias veces y uno no puede dejar de pensar en fantasmas. «Podría ser el alma de Pablo Palitos», advierte el director, en recuerdo a ese actor español, padre de Graciela Pal, que dejó las entrañas sobre esas tablas.
Si la catedral Maipo tiene sus espíritus amistosos rondando en funciones, Cáceres y Radrizzani, por qué no pensar en otros seres no corpóreos entre los telones de este espacio en el que Campanella estrenará el 10 de enero como autor (junto a Cecilia Monti) Empieza con D, siete letras, con Eduardo Blanco y Fernanda Metilli.
Juan José acaba de llegar a la Argentina desde los Estados Unidos, donde vive, y ya pasó por un banco para tratar el tema crédito que pidió para la puesta en marcha de este templo y se disparó como en tren bala por la inflación.
-¿Qué te dijo tu familia, tu entorno, cuando dijiste que querías hacerte cargo de un teatro? ¿Pensaron que era una locura?
-Este no es un teatro restaurado, esto era una playa de estacionamiento. Un campo baldío. Nos tocó la pandemia en el medio. ‘Qué locura‘ sí dijeron, pero nos embarcamos los cuatro (Camilo Antolini, Martino Zaidelis y Muriel Cabeza), cuatro socios. Pusimos todos los ahorros que teníamos con la productora y personales, además de un crédito. Recién vengo del banco.
-¿Para?
-Para firmar una adenda, porque es un crédito en UVAs. Nos mató La Argentina. Pero yo veía muchos cambios en la industria del cine y en mí con respecto a lo que es trabajar en cine y en televisión que es muy muy duro. Mucho más que el teatro. En el teatro no tengo que estar a las cinco de la mañana en medio de un campo nevado. La construcción de este teatro fue una cosa maravillosa. No nos arrepentimos para nada porque las obras andan bien. Y en el único lugar en el que hoy en día podés juntar 700 personas y sentir la risa de 700 es en el teatro. El cine ya no lo ofrece.
-¿Sostener este teatro es un gran acto de fe?
-No. Bueno, se te descompone el aire acondicionado y es un mes de la vida del teatro. Pero más allá del crédito, si no existiera el crédito, es perfectamente mantenible.
-Escribiste esta historia de amor, «Empieza con D», junto a tu mujer. ¿Cuánto hay de ustedes en esa pareja?
-Más que de nosotros en la pareja hay mucho de nosotros en los personajes. Nosotros no tenemos esa diferencia de edad de 30 años como los personajes, nos llevamos 11 años. Teníamos 38 y 27 cuando nos conocimos. Hace 26 años que estamos juntos. Uno se pregunta: ¿Qué pasaría si esa relación terminara? 26 años que estamos fuera del mercado. ¿Cómo se hace? Tiene más que ver con eso. Cada uno pone cosas suyas en una potencial situación así.
-¿Cómo se escribe en pareja?
-En realidad no escribimos juntos nunca. Al momento de escribir, cada uno por su lado. Después yo hago una reescritura final, pero hay mucho de ella también. No leemos en voz alta porque nunca le hago justicia al texto, ya que no soy buen actor. Desde la primera versión del texto, pasaron cinco años. Uno lo deja dormir. Yo creo mucho en la incubación inconsciente. La cabeza sigue trabajando y un día, de la nada, te viene la idea que te destraba o te manda en la dirección correcta.
Filmaba El mismo amor, la misma lluvia, con Ricardo Darín y Soledad Villamil, cuando quedó flechado por Cecilia, licenciada en arte por la Universidad de Buenos Aires, parte del equipo del filme e hija del gran Félix «Chango» Montes, mítico director de fotografía. Tienen dos hijos, Federico y Guadalupe y ahora otro «retoño» en gestación, este par de potenciales enamorados que se conocen en la sala de espera de un dentista.
Juan nunca hizo terapia. Duerme un máximo de seis horas por día. Está obsesionado desde hace meses con el Cardistry, destreza con naipes que estudia obsesivamente mediante tutoriales y le demandó una artrosis en el índice. «Me fanaticé con la manipulación de las cartas. Creo que soy un artista de circo frustrado. Paso horas con mi nuevo hobbie y hasta se empezó a deformar el dedo», se ríe.
Adiós a la política (en público)
-En el diario La Vanguardia hace unos meses titularon que no vas a hacer más cine…
-Bueno, la excepción es lo que vendrá, la película de Parque Lezama, proyecto del que no se puede decir mucho aún. Eso es como una excepción, porque lo que quiero que quede ahí es el legado de la obra de teatro. En cambio, si hiciera otra película, me gustaría que tenga una buena ventana en el cine, que la gente la vea en el cine. Yo que dirijo cine y televisión: se filman distinto las películas para los distintos medios. Me gusta sentir a la gente reírse. En el cine no se siente ya a la gente reírse.
-¿No?
-No. Si pudiera ilusionarme con una película que siento que el público iría, la haría, pero sino prefiero encarar proyectos de televisión. Es triste: voy a ver películas el fin de semana del estreno y somos diez en el cine. Guardo la esperanza de que la gente en algún momento se de cuenta de lo que se está perdiendo. Aún las películas más exitosas que hacen un millón de espectadores podrían hacer cuatro. Se disfruta de otra manera comunitariamente. Tiene que ver con un cambio más grande y cayó el cine también en la volteada. Al encerrarnos, la vida se empieza a vivir mas individualmente que en comunidad. Cada vez más aislados de las personas y cada vez más conectados digitalmente.
-¿Cómo es tu vida allá en Estados Unidos?
-Me la paso leyendo las noticias de Argentina, pero cuando salgo a la calle no estoy en la Argentina. Eso es como un descanso, un respiro. Yo viví 20 años en los Estados Unidos, así que es un país que siento muy cercano, que me recibió con los brazos abiertos. De todos los países que conozco, es el que más abraza a los extranjeros para trabajar.
-Hace ocho años declaraste «consumo tranquilizantes todas las noches». ¿Cómo es hoy?
-Tomaba Tranquinal tomaba todas las noches. Ya no. Ahora tomo un remedio que me traje de Estados Unidos, un jarabe de venta libre. Tengo cuatro botellas. Es algo que hicieron con lo que le ponen al remedio del resfrío. La parte que te duerme. Aislaron esa la parte que ayuda a dormir, ZzzQuil se llama.
-En ese momento la declaración tenía que ver con el enfrentamiento político, lo que llamabas «la guerra K»…
-Sí. El día a día en la Argentina es muy dificil, adrenalínico. Aunque no estés haciendo nada es adrenalínico, salir a la calle en Buenos Aires lo es. No sólo por la situación. No podés disfrutar de las cosas buenas que te pasan a vos si la gente que querés la está pasando mal. La energía de Buenos Aires es violenta, no es de actividad sino de violencia.
-¿Te dan ganas de quedarte en Argentina?
-Sí, estoy yendo y viniendo más que nada por el trabajo. El cambio en realidad se fue dando porque me agarró la cuarentena allá.
-Tu caso no es como el caso de Oscar Martínez, que se fue a España para empezar una nueva vida con la idea de que el país ya no lo identifica…
-No. Yo tengo no sólo este proyecto, el teatro que es lo más grande en mi vida ahora, sino que además Mafalda. Todo lo que se me ocurre es en Argentina. Afuera sólo puedo trabajar como director. Es muy difícil en otro idioma. Me encantaría si encuentro un co-autor que maneje el inglés como yo manejo el castellano. Me encantaría probar. La serie Los enviados fue lo primero que escribí en otra jerga, mexicana y española. Mi voz es argentina.
-Francella dice que ya no quiere opinar de política porque en este estado de crispación todo puede ser usado en su contra. ¿Te pasa?
-También. Yo lo único que voy a hablar de política es sobre por qué ni quiero hablar de política.
-¿Por qué?
-Por varios motivos: primero porque fue una cosa de soberbia de los artistas, entre los que me incluyo, pensar que tenemos alguna influencia en la sociedad. No tenemos ninguna. A nadie le importa mi opinión, excepto a los que piensan como yo y reafirman su convicción. Y si hacía falta una prueba: en la elección de Trump, con Taylor Swift, Bruce Springteen, Schwarzenegger, sindicatos enteros en contra. Entonces: es injusto
-¿Injusto?
-Injusto para mis obras, para los productores, para los actores. Lamentablemente no pasaba antes, dicen “yo a este tipo no lo voy a ver más”. Es suicida. Porque, además, en mis obras yo nunca hice política partidaria. Eso es una cosa de Twitter. Entonces: te amargás,te peleás con gente con la que uno no quiere pelearse y, a veces, terminás sacando la cara por alguien que te das cuenta que tampoco merecía eso. Entonces, por todos esos motivos es un error para los artistas opinar públicamente de política. Y en este momento no encuentro grandes cosas por defender. No hablo de no tener una opinión.
-¿Si te llaman de TN, como tantas veces, por ejemplo, para analizar el país?
-Yo digo: si quieren hablamos de teatro, pero de política no hablo más. No hablo más desde la primera vuelta de las elecciones. No tiene sentido. Y todo lo que pasó después solidificó esa posición.
-¿Si te pido una opinión sobre el gobierno de Milei?
-No la voy a dar. Pero tampoco diría una opinión sobre el gobierno de Alberto Fernández, que la dije en su momento. De ahora en más no quiero hablar de política en público. No es mi trabajo y además no me siento en el lugar de enseñarle nada a nadie. Está todo tan confundido… Estamos en una época mundial en donde los valores están cambiando y parece que está todo fuera de control, donde la izquierda está a la derecha y la derecha a la izquierda. Mirá en los Estados Unidos: los republicanos terminan siendo el partido de los obreros, y los demócratas el de los ilustrados elitistas. Está todo al revés. Lo único que yo sé es hacer esto y en lo único en lo que puedo aportar un diferencial a la sociedad. Quiero que la gente vea lo que hago, no que escuche lo que digo.
La sabiduría del fracaso
Piel de rinoceronte. Así podría titularse una charla empresarial inspiradora de Juan José Campanella, una lección sobre el fracaso como materia y introductoria obligatoria hacia el Máster del éxito. Su prolífica vida profesional, dice, está basada en esas primeras decepciones comerciales que lo desahuciaron, pero a la vez le endurecieron el cuero.
Una película sobre su vida incluiría ese juego con el lomo de los rinocerontes y una curva narrativa entre aquel que filmó en Super 8 la comedia policial Victoria 392 en 1981, y éste que ahora se pasea por su propio teatro, mientras divide su espalda entre el trabajo en Argentina y en los Estados Unidos. «Hay que tener piel de rinoceronte para dedicarse a esto», repite y repite.
-¿Volvés a pensar en ese momento de revelación en que dejaste las certezas de la ingeniería para volcarte a una vocación de mayor incertidumbre?
-Sí, lo pienso. Y no solamente en la decisión, sino los 20 años posteriores, el momento en que el pescado no se vendía. Siempre me encuentro con chicos que dicen «ya estoy pensando en largar porque hace muchos años que ando en esto y no pasa nada». ¿Cuántos años tenés? 26. Entonces, largá. Yo no pensé en largar, pero sí a los treintipico pensé en hacer ademas otra cosa. Vivía en ese momento en los Estados Unidos y me compré unos libros que publicitaban a la noche, eso de «Haga fortuna».
¿Y qué hiciste?
-Era un libro para comprar antigüedades y venderlas. El curro era vender libro sobre cómo hacer fortuna. Por suerte el gran cambio me lo dio el gran fracaso comercial, la segunda pelicula mia Ni el tiro del final, basado en la novela homónima de José Pablo Feinmann, que nos trajo de nuevo a Buenos Aires, a Argentina. Ahí empezó a pasar todo.
-El fracaso como trampolín y como algo formativo…
-Totalmente, si lo sobrevivís. Es importante haber empezado con los fracasos. He sido testigo de gente que empezó con los éxitos y después no puede lidiar con el fracaso, que es ineludible. A todo el mundo le toca alguna vez. Haber empezado con los fracasos hizo que nunca me creyera mucho los éxitos y que tratara de no creer tanto en cualidades mágicas sino en asegurarme que las cosas funcionen bien. Es más: muchas veces soy el que más piensa que no va a funcionar, que tengamos cuidado. No hay una magia, uno no tiene la vaca atada.
-¿Los cuatro años de Ingeniería tienen alguna utilidad secreta hoy?
-Me sirvió, soy programador de la base de datos del teatro, por ejemplo. También en la manera de organizar, el pensamiento racional.
-Tus productos están atravesados en gran parte por lo sentimental, la sensibilidad. ¿Eso se hace cada vez más pronunciado o los años endurecen?
-Sigue igual. Yo no tengo ninguna vergüenza. Muchas veces se ha dicho eso como crítica. Pero yo no entiendo cuál es la crítica si me encantan los sentimientos. Son la decoración de una casa. Uno cuando entra no dice qué linda porque está bien la estructura, sino qué linda por cómo está decorada. Nadie se pone a golpear una pared y dice qué linda casa porque es sólido este ladrillo. Las películas que yo recuerdo y las que más me gustan son las que me tocan los sentimientos.
-Nada de política en público, pero… ¿Volverías a ser fiscal en La Matanza, como alguna vez fuiste?
-Eso lo haría de nuevo. Lo que pasa es que ahora no sabría de quién (se ríe). Creo en el trabajo politico, no en la opinión y el cartelito. Me está pareciendo arrogante. Vuelvo a este tema: ¿Por qué Taylor Swift piensa que su opinión es importante o va a hacer cambiar de idea a la gente? La artista más taquillera del mundo hoy por lejos y, sin embargo, su opinión no cambió un voto. Your Honour, I rest my case, como dice el abogado de La ley y el orden. Tal vez estos días Taylor llena medio estadio ¿y qué ganó? Nada. Los que gustaban de Taylor dejan de disfrutar su música porque no opinaban como ella y es absurdo. Pierden todos.
Posibles títulos:
Cómo tomó la decisión de no hablar más de política, la agonía del cine y