martes, 21 enero, 2025
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Bernardo Neustadt y el flan con menta

Corría el año 2005. El diario La Nación publicó una carta de lectores mía titulada “Terror en Londres”, que ambicionaba explicar el fenómeno del terrorismo y los atentados acaecidos en la capital del Reino Unido. Por entonces el diario publicaba el correo electrónico de los autores de las notas para fomentar el intercambio epistolar entre lectores y escritores. WhatsApp no existía y los teléfonos celulares no tenían vinculación con la bandeja de entrada del correo electrónico, ergo, no emitían ninguna alerta ante la llegada de un nuevo mensaje. Esto hacía que las comunicaciones fueran mucho más lentas que hoy.

Recuerdo que ese día yo estaba viajando. Llegué a destino a las 22 horas. Cené y como un ejercicio de rutina ingresé a mi computadora para leer los correos recibidos. Me encontré con muchos remitentes desconocidos. De repente, observé que un e-mail decía en el asunto: “De parte de Bernardo Neustadt”. Lo abrí y me encontré con un texto impecable, escrito por unas manos que evidentemente conocían muy bien el oficio de coser letras con tinta.

El remitente cuidaba cada punto y cada coma con una sutileza asombrosa. Era Bernardo Neustadt, el conductor del emblemático programa político “Tiempo Nuevo”. Había leído la nota, le había interesado la precisión conceptual esgrimida para analizar el flagelo del terrorismo, me invitaba a su programa y me dejó un número de teléfono para que lo contactara cuando viera su e-mail. Y aclaraba, en negrita, que iba a estar esperando mi llamado y que no dude en hacerlo fuera la hora que fuera. Miré mi reloj, las agujas marcaban las 23:59. El horario me parecía inapropiado para ejecutar un llamado telefónico, pero recordé que Neustadt siempre se jactaba de que dormía solamente cuatro horas por día.

Entonces lo llamé conjeturando que me mandaría a freír churros. El teléfono sonó apenas dos veces. Atendió una persona muy formal y respetuosa, que me expresó que “el Señor Bernardo” había estado esperando mi llamado todo el día y que se había acostado recientemente. No obstante, le había dicho que si yo llamaba lo despertara. Tras escuchar esto, pedí disculpas por la demora, expliqué que esto obedecía a que me encontraba de viaje y le solicité que lo dejara descansar, prometiéndole que al día siguiente lo volvería a llamar. Mi propuesta no convenció a mi interlocutor, quien fue hasta el dormitorio de Bernardo e intentó despertarlo (sin éxito). Ante esto me dijo que tuviera mi celular cerca porque Bernardo me llamaría al día siguiente bien temprano.

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Nunca pensé que mi teléfono sonaría a las 5:35 horas y que la voz que interrumpiría mi sueño sería de Bernardo Neustadt. “Buen día Iván, soy Bernardo Neustadt, imagino me sabrá disculpar si lo desperté”, comenzó diciendo. “No tengo nada que disculpar, justo terminaba de desayunar”, le respondí, —tratando de disimular mi voz de dormido—. Tras ponderar minuciosamente algunos fragmentos de mi nota sobre los atentados terroristas en suelo británico, me invitó a su programa “Nuevo Tiempo” para conversar sobre este tema. Cuando escuché el nombre del nuevo ciclo televisivo que conducía advertí que era parecido al programa político que lograba picos de rating a finales de 1980, cuya cortina musical era “Fuga y misterio”, un tema compuesto por Astor Piazzolla. Inmediatamente se me vino a la mente la frase de un canillita de barrio Alberdi de la ciudad de Córdoba: “el orden de los faroles no altera el alumbrado”.

Acordamos día y horario. Ocho amaneceres después viajé a Buenos Aires. El programa se grababa es un estudio en el barrio de Palermo. Bernardo me dejó para el final. Previamente estuvieron Juan Bautista Yofre y otros invitados. Cuando llegó mi turno, me consultó por el terrorismo. Le comenté que el objetivo del terrorismo es indirecto y también hablamos sobre la carencia de efectividad del derecho internacional para evitar la muerte de civiles inocentes en conflictos bélicos. Bernardo cerró ese programa leyendo una carta muy triste sobre los niños, con música de fondo que atizaba la angustia. Cuando llegó al final, miró a la cámara y lanzó: “Esto lo escribí cuando soñé con tener un hijo. Buenas noches”. La congoja copó todo el estudio.

Después del programa Bernardo me invitó a una reunión que se llevaría a cabo en su casa el mes próximo, a la que acudirían profesionales argentinos y del exterior de entre 24 y 40 años formados en ciencia política y relaciones internacionales. Tras estos encuentros surgieron tres ideas: a) me motivó a escribir mi primer libro y me prometió que el redactaría el prólogo; b) me recomendó con una carta exquisita en una Universidad de Estados Unidos (donde luego me seleccionaron como becario en dos oportunidades); y c) me solicitó que organizara una conferencia en Córdoba y enfatizó que quería dictarla ad honorem.

Organicé el evento con el Instituto de Administración y Negocios Saber. Me reuní con su director, Javier Basanta Chao, con quien ultimamos todos los detalles. La conferencia versaría sobre los cambios que estaba sufriendo el periodismo y sobre las nuevas demandas sociales. Bernardo aterrizó en Córdoba temprano, varias horas antes de su disertación. Estaba contento, con una ansiedad análoga a la de un goleador experimentado que llega a un nuevo club y quiere demostrar sus virtudes. Se hospedó en el Amerian Córdoba Hotel, frente al Patio Olmos.

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Lo pasé a buscar por el hotel. Conversamos un rato y luego me dijo que quería ir caminando al Hotel NH, sitio donde tendría lugar la conferencia. Había manifestaciones en varias cuadras. En honor a la verdad debo decir que varios adultos y jóvenes que trabajaban en comercios de la zona salían a la vereda a estrechar su mano. Él disfrutó de cada muestra de afecto que recibió.

Llegamos al lugar, ejecutó su disertación a sala llena, logró empatizar con el público y parecía que deseaba que el tiempo se congelara. Se lo veía feliz, relajado. Provocaba la participación del público y escuchaba con atención cada opinión. Estaba más interesado en escuchar voces ajenas que en brindar opiniones. Absorbió cada comentario como una esponja. No faltaron sus memorables frases: “¿Y usted qué piensa?”, “No me dejen solo”, “¿Qué opina Doña Rosa? y “Lo dejamos ahí”.

Luego compartimos una comida en el restaurante Rancho Viejo, ubicado cerca de Tribunales Federales. Optó por un bife de chorizo, ensalada y agua mineral. Cuando llegó la hora del postre, el mozo y yo le sugerimos que escogiera el postre de la casa: flan con menta. El nombre no lo sedujo en absoluto. Frunció sus cejas expresando desaprobación. Le resultaba lejano. Seguramente imaginó que esa combinación de sabores no le aportaría ningún placer a su paladar. Pronto la negación le cedió su lugar a la duda y posteriormente aceptó la sugerencia. Esperó su postre convencido de que estaba cometiendo un error garrafal, en términos de costo de oportunidad.

Cuando el mozo apoyó el plato sobre la mesa, Bernardo contempló en silencio la fisonomía del flan y decidió emprender su aventura gastronómica. Miró fijamente el flan con menta. Lo hizo con intensidad durante un tiempo prolongado y luego tomó una cuchara y la dirigió, sin titubear, hacia el corazón del postre para confirmar que no era de su agrado. Tras saborear el primer bocado, el placer se apoderó de su rostro, lo que le posibilitó comprobar que saltar al vacío a veces tiene recompensa.

Luego la cuchara comenzó un vertiginoso ida y vuelta del plato a su boca y viceversa, similar al despliegue de Roberto Carlos -el extraordinario lateral que integró durante muchos años la Selección de fútbol de Brasil-. Tras agradecernos varias veces la recomendación culinaria nos retiramos del lugar.

Cuando Bernardo emprendió su regreso a Buenos Aires, con Javier lo acompañamos al aeropuerto. Yo le insistía en que el vuelo saldría antes de lo que él creía. Finalmente, los tickets aéreos me dieron la razón y Javier debió acelerar su Toyota Corolla con pocas chances de llegar a tiempo. Cuando entramos al aeropuerto de Córdoba, Bernardo me dio su DNI y me dijo “Iván tome, corra por mi hasta el mostrador de la aerolínea, corra lo más rápido que pueda y ruegue que me esperen”. Corrí con temor a ser multado por exceder el límite de velocidad. Afortunadamente el vuelo estaba demorado y a Bernardo le permitieron subir al avión con su equipaje.

Cuando logró sentarse en una butaca, me llamó por teléfono y me dijo: “Iván el vuelo sigue demorado así que corrió en vano, pero dígame: ¿usted pensó en dedicarse al atletismo?”. La broma era evidente, porque yo no puedo correr ni la cortina. Entonces le respondí que había pensado seriamente en esa salida laboral pero que había desistido porque era un licenciado en derrotas, un tango que respira y habla, y el deporte requiere otra actitud. Bernardo se río y cortó.

Dos días después su productora me llamó con cierta vergüenza para pedirme si le podía conseguir la receta del famoso flan con menta cordobés, argumentando que Neustadt había quedado hipnotizado con él. Cuando corté, llamé al restaurante y le comenté a mi interlocutora la apremiante situación. La primera conclusión compartida fue que el flan con menta había trascendido el ejido municipal y las fronteras provinciales. La autora de la obra de arte gastronómica quedó estupefacta con mi relato sobre el anhelo de Bernardo. Me dijo que nunca habían recibido solicitudes semejantes pero que era un halago para el restaurante. Acto seguido me brindó la fórmula de la felicidad. Para mí, tomar nota de los ingredientes fue como entender arameo. Luego envié la receta a Buenos Aires. Veinticuatro horas después, mi teléfono volvió a recibir un llamado con característica de Capital Federal. Era Pía, la productora de Bernardo, quien me confesó que habían recibido correctamente el listado de componentes del postre pero que nadie sabía qué cantidades llevaba de cada elemento. Volví a llamar a Rancho Viejo. El personal de la cocina me dictó gentilmente las proporciones de cada ingrediente. Por un momento yo creí estar escribiendo la fórmula de la Coca – Cola.

Meses más tarde Bernardo me confesó que desde su visita a Córdoba, el flan con menta se había convertido en su aliado inseparable, lo que dejaba en evidencia que ambos habían andado sin buscarse, pero sabiendo que andando se encontrarían.

*Docente universitario y consultor político.

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