Mario Petrosini encarna los jueves en Espacio Callejón a un actor judío detenido en tiempos del Holocausto y los domingos en El tinglado a bailarín de tango con pasado universitario frustrado. En “Incidente en Vichy”, de Arthur Miller, se mete en la piel de Monceau y junto a otros 14 actores en escena sumerge al espectador en el horror de la Shoá para llevarlo a un viaje del que nadie sale indiferente, mientras en “Por todo lo que sabemos”, comedia dramática de Alfredo Megna, el humor y el conflicto conviven en permanente loop.
“Incidente en Vichy” fue adaptada y dirigida por Pablo Gorlero y ofrece funciones los jueves a las 20.30 y los dos próximos domingos a las 17, con inmenso elenco: Mateo Chiarino como el príncipe austríaco; Patricio Coutoune como el psiquiatra; Rubén de la Torre como un comandante alemán; Junior Pisanu como el pintor; Rodrigo Raffetto como el mecánico; Pablo Turchi el mozo; Enrique Iturralde como el hombre de negocios; Santiago Lozano como el antropólogo racial; Jerónimo Dodds como el muchacho; Marcelo Rodríguez como el propietario del café; Julián Mardirosian como el viejo judío; Mauricio Méndez como el gitano; Mariano Sgallini como el capitán de policía y Marcelo La Valle como el inspector y guardia.
“Por todo lo que sabemos” (domingos a las 20.15) está coprotagonizada por Cristian Sabaz, como una suerte de melancólico hurgador de tachos, y ambos interpretan a dos hombres maduros que comparten una extraña convivencia. Conversamos con Petrosoni.
Periodista: ¿De qué trata “Por todo lo que sabemos”?
Mario Petrosini: Es una convivencia de dos hombres, lo que saben ellos es un misterio para el público y es difícil ponerlo en palabras. Están acostumbrados a vivir esa cotidianeidad de manera chistosa, a veces rozando lo agresivo, porque no saben comunicarlo. La puesta es moderna y actual y estos tipos parecen venir del pasado, por su lenguaje, estamos intentando seguir con la tradición de esos dúos estilo Abbott y Costello El gordo y el flaco, Olmedo y Portales, con una química que nos une pero a la vez somos distintos. Se forma esa pareja que se compensa con la mueca, el gag fisico, hay algo de clown, humor negro y todo tipo de comicidad.
P.: ¿Cómo reaccionan los espectadores ante este misterio?
M.P.: El público sale con diferentes interpretaciones, hablan de la toxicidad de los vínculos, de que a pesar de todo y aunque no se puede decir, hay afecto, se preguntan por título, que es un tema musical. La gente cree que va a ver una romántica y se encuentra con dos conviviendo en un espacio mas simbólico que realista. Hay algo de “Esperando a Godot”, y la inutilidad de la rutina, los mecanismos de convivencia, a veces algo de la masculinidad de antes y de ahora.
P.: Tu personaje en esta parece conectarse con el de Monceau, el actor de “Incidente en Vichy”, porque ambos parecen vivir en una ilusión.
M.P.: En “Por todo lo que sabemos” se arma una especie de ficción en la convivencia y el misterio que tiene que ver con las relaciones. En “Vichy”, Monceau también quiere transitar desde un lugar en el que aplica el sentido común, algo que tenemos mucho los actores, encontrarle el recorrido interno a una vida que no es la propia, el sistema de creencias. No coincido con el de Monceau pero me fijé mucho en la realidad para construirlo. En estos personajes que viven diciendo todo está bien, que no existe caída económica en el mundo, que mientras pueda vivir tranquilo con las leyes no me afecta nada. El público define a este personaje como negador pero yo lo defino como el máximo portador de sentido común, que ve la realidad y le resulta imposible pensar, en 1942, que haya hornos en que quemen a los judios. Era una atrocidad especialmente en la civilización que se había armado hasta ese momento. No vivían en las Cruzadas ni a las cuchilladas, empezaba la era de la propaganda y la información. Para Monceau lo que vislumbran los otros personajes es descabellado.
P.: Como en varias de sus obras, Arthur Miller aprovecha para lanzar un guiño al mundo del teatro y la representación.
M.P.: Desde enfrentar la realidad con lo único que tiene, es la actuación, hasta el último texto de mi personaje que es el de Cyrano. Es interesante descubrir cómo mira la vida mi personaje, bebe de los otros, que es un vicio de actor, ver qué puedo tomar de cómo se mueve tal o cual. La obra está escrita queriendo que vengan actores a hacerla sino queda estancada en una librería. El que escribe a veces piensa en actores o cómo se mueven los personajes pero atravesado por el texto, cada actor trae su propia experiencia. El tema es que alumbre algo, sino es simplemente repetir la letra.
P.: ¿Qué podés decir de cómo se develan los misterios en ambas obras?
M.P.: Vichy es una obra de mucho misterio, se va revelando mientras el público sabe qué fue lo que pasó, uno sabe que van al matadero. En Por todo lo que sabemos hay un misterio que nadie imagina. Se regodea uno en ese misterio como mecanismo de la obra. El público nos tira que estuvo atento porque necesitaba armar la historia. Mi maestro Gené decía que el teatro acerca al ser humano al misterio y lo hace recordar que hay tantos que quedan sin resolver, y se convive con eso. Hay cosas que no podemos conocer ni respondernos aún, una obra no pretende develar el misterio de la vida pero en las obras en que estoy otorgo a mi personaje un costado misterioso y busco hacerlo humano.
P.: Y para terminar, ¿cómo construyen ambas obras el arco dramático?
M.P.: En Miller hay un crescendo dramático y una curva que no se sabe hasta dónde llegará, en Por todo lo que sabemos llega siempre al mismo lugar desde distintas situaciones. Es un loop que es hermoso de ver en la repetición, que no es exacta. Mi personaje en Vichy pone en el escenario una valoración que quizá no le ponga a la vida. En la vida se equivoca más que en el escenario dado los errores que cometió. Hay algo de los actores que necesitamos esa transformación de identidad para saber cuál es la nuestra. En Vichy hay especulaciones por lo trágico de la situación, en cambio en Por todo lo que sabemos los personajes no se preguntan para qué hacen lo que hacen, están ahí, en una suerte de “Esperando a Godot”, como un absurdo de Pinter sin saber cuál es el sentido de lo que viven ni hacia dónde van. La obra intenta decir algo que tiene que ver con las el fin en que hacemos las cosas los humanos. Ellos viven el instante absoluto, no piensan en el futuro, lo que les pasa les pasa, y es hermoso para actuar.