Mientras La Libertad Avanza (LLA) se afianza como una nueva casta política, el peronismo en la provincia de Buenos Aires logra mantener la unidad, aunque sin resolver sus profundas contradicciones internas. La esperada renovación política dentro del movimiento de Perón quedó postergada por la urgencia electoral. Si bien pareciera que el debate se expresa en la tensión entre los sectores ligados a Kicillof y La Cámpora, ambos espacios pelean dentro de la geografía bonaerense. Quizás debieran reparar en que los procesos de renovación política partidaria surgieron desde el interior del país, liderados en su momento por Menem desde el norte y Kirchner desde el sur, lo cual no significa que hayan prescindido de lo bonaerense como lo muestra los vices elegidos. (Duhalde y Scioli). Sería algo así como “con la PBA no alcanza, sin la PBA no se puede”.
Más allá de la disputa territorial, la posibilidad de renovación dentro del peronismo está vinculada a la generación de nuevas ideas y propuestas que a la simple aparición de nuevos rostros. Por ahora, ante el avance del mileísmo la etapa tiene signo defensivo, al tiempo que el debate interno parece girar en torno al estilo de conducción.
Muchos se han rebelado ante la jefatura de Cristina y dejaron de aceptar el: “a Cristina se la escucha, no se la discute”, al tiempo que se da la paradoja de que mientras los últimos mensajes doctrinarios de la expresidenta apuntan a repensar el rol del Estado y cuál debiera ser una reforma laboral acorde a los nuevos tiempos. Su estilo de conducción genera una no escucha. Mientras tanto, quienes desafían su liderazgo no han logrado expresar con claridad una visión de país alternativa.
Esto no les gusta a los autoritarios
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En paralelo, el oficialismo nacional trabaja en su reorganización política. De ser una fuerza dispersa e inorgánica que giraba en torno a un líder y las redes, busca ahora construir una organización nacional con presencia territorial, basada en el verticalismo y sin debate interno.
Este modelo puede ser eficaz, al menos en un primer momento, porque suma personas atraídas por la novedad, dependientes de los recursos estatales y motivadas por el temor a perder su lugar, en línea con la afirmación de Karina Milei: “la lealtad no es una opción”. Así se consolida una militancia silenciosa y obediente, que cumple órdenes y vota sin cuestionar. Cualquier intento de discusión interna es visto como una traición. No es casual que la mayoría de quienes son candidatos provengan de la plantilla estatal o del funcionariado gubernamental, lo que garantiza recursos económicos y, especialmente, obediencia.
La integración de dirigentes del PRO no entra en conflicto con este verticalismo extremo; Santilli y Bullrich como ellos mismos lo expresan, están para “lo que guste mandar”. Lo mismo sucede con quienes han migrado políticamente del PJ al PRO y luego a la LLA, en busca de cargos.
El conflicto con “Las Fuerzas del Cielo” refleja la tensión entre el activismo creativo en redes sociales –base de la expansión de Milei en una primera etapa– y con la necesidad de control y el saber que hay que trabajar en el territorio, para ganar elecciones provinciales. Con las redes no alcanza.
Mientras tanto, el conflicto con los gobernadores pueden frustrar la esperanza presidencial de arrasar en octubre. LLA en primera vuelta ganó en diez provincias y en la segunda vuelta en veinte.
Más allá de alcanzar el triunfo electoral y sumar legisladores se puede encontrar con la sorpresa de que el mapa no se pinte de violeta, perdiendo provincias en donde antes venció. Por algo Francos como el hombre del diálogo, comenzó a tomar mayor protagonismo.
*Consultor y analista político.