miércoles, 30 julio, 2025
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Así fue el último acto del Hombre Araña chino: filmó su propia muerte desde un piso 62

Wu Yongning, un joven acróbata e influencer chino, cayó desde el piso 62 del HuaYuan Centre, uno de los rascacielos más altos de Changsha-China, mientras grababa un video de rooftopping -una práctica que consiste en filmarse al borde de edificios- sin ningún tipo de seguridad.

El hecho ocurrió el 13 de noviembre de 2017. Su cuerpo fue hallado horas más tarde por un limpiador de vidrios. El video, grabado con su propio celular, comenzó a circular de forma clandestina semanas después, mientras millones de seguidores seguían preguntándose qué había pasado con su ídolo.

El caso generó conmoción, pero también dejó al descubierto algo más profundo: una industria de influencers extremos que crece sin control, donde la búsqueda de visibilidad y monetización se superpone al sentido común. Hoy, ocho años después, el fenómeno de los retos virales no solo continúa, sino que se ha sofisticado, impulsado por plataformas como TikTok, Instagram o Kuaishou, donde la recompensa es atención masiva -y a veces, económica- a cambio de riesgos que, en muchos casos, suelen ser fatales.

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Wu Yongning, el «hombre araña» chino

Quién era Wu Yongning

Antes de ser conocido como “el Hombre Araña chino”, Wu era un joven disciplinado de Changsha, criado en una familia humilde. Probó suerte como atleta y luego como doble de riesgo en películas chinas. Vivía en una habitación de 20 metros cuadrados, cuidaba a su madre enferma y soñaba con casarse.

Su salto a la fama digital le llegó sin representantes, sin contratos y sin red: él mismo filmaba sus desafíos extremos desde alturas inverosímiles, sin arneses ni protecciones. Llegó a superar el millón de seguidores en Kuaishou. En sus transmisiones, insistía: “Entreno todos los días. Nunca intento algo que no pueda lograr”. Pero esa seguridad, combinada con necesidades económicas urgentes, fue una fórmula peligrosa.

Rooftopping: adrenalina, likes y tragedias

Wu accedió al edificio HuaYuan por una salida de emergencia. Quería ganar un premio de 100 mil yuanes (unos 15 mil dólares), suficiente para la operación de su madre y un anillo de compromiso. Solo, armó un trípode improvisado, calculó el plano y comenzó a hacer dominadas colgado al borde del piso 62. Intentó volver al techo, se impulsó una, dos, tres veces hasta que sus brazos no resistieron. Cayó al vacío. El momento quedó registrado en su cámara: un plano fijo donde su figura desaparece de escena.

La noticia se confirmó semanas después. Su novia publicó una despedida en redes. Las autoridades de Changsha solo emitieron un comunicado recordando la prohibición de ingresar a estructuras elevadas sin autorización. Nadie habló del negocio en las sombras que empuja a miles de jóvenes a jugarse la vida por una tendencia viral.

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La muerte de Wu Yongning puso en el centro del debate una tendencia que no deja de crecer: el rooftopping. Espectaculares y peligrosos, estos videos muestran personas haciendo acrobacias al borde de abismos urbanos, colgados de grúas o caminando sobre rascacielos sin ningún tipo de seguridad.

China fue uno de los epicentros del fenómeno, pero la práctica se globalizó con rapidez. TikTok, Instagram y YouTube alojan millones de vistas de estas escenas. La lógica es simple: más riesgo, más visualizaciones. Wu fue pionero en llevar ese contenido al mainstream chino. Su código era claro: “sin cuerdas, sin red, sin miedo”.

La ¿carrera hacia el abismo? La industria del like

Wu notaba cómo, tras cada video, los seguidores pedían más: “¿Y ahora desde más alto?”, “¿Qué tal hacerlo de noche?”, “¿Te atreves a saltar más alto?”, “¿Ya probaste desde la torre más nueva de Pekín?”. La presión por superarse alimentaba un círculo vicioso donde el riesgo era la única moneda de valor.

Wu no fue el único. Desde su caso, se multiplicaron las muertes filmadas: jóvenes que cayeron por intentar una selfie en acantilados, trenes en movimiento o torres de telecomunicaciones. Según datos de la Fundación iO, entre 2008 y 2023 más de 380 personas murieron en todo el mundo por intentar tomarse una selfie en lugares peligrosos.

El caso de Wu Yongning abrió un interrogante incómodo: ¿hasta dónde llega la responsabilidad personal y dónde comienza la responsabilidad colectiva? Mientras The New York Times lo describía como “símbolo de una generación enloquecida por la autoexposición”, en China se evitaba profundizar en el tema.

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La comunidad rooftopper, lejos de desaparecer, mutó. Cambió de plataformas, se volvió más clandestina, más críptica. En un entorno donde los límites son difusos y las plataformas no regulan efectivamente los contenidos extremos, la necesidad de reconocimiento puede convertirse en un riesgo mortal.

Wu no murió solo por una mala maniobra: su caída fue el resultado de un sistema que aplaude mientras alguien cuelga de una cornisa.

GD

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