Hace 77 años, Bernardo Houssay recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por sus investigaciones sobre el rol de la hipófisis, avances fundamentales en la comprensión y el tratamiento de la diabetes. Entre muchas otras cosas, fue uno de los grandes impulsores de la creación del Conicet en 1958 y ejerció como su primer presidente. Consideraba que los Estados debían apoyar a la ciencia para el progreso y solía explicarlo a partir de frases sintéticas pero poderosas. Si bien el remate más célebre fue “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”, dejó otras que circularon menos, pero que se adaptan al contexto actual con extrema vigencia. Houssay decía: “La ciencia solo puede vivir y florecer en un ambiente de libertad”. Valor que en 2024 pregona el gobierno libertario, al mismo tiempo que desfinancia instituciones científicas y universitarias. O Houssay no entendía el concepto de libertad, o Milei no entiende en qué consiste la ciencia, pero lo cierto es que hoy ambas nociones son presentadas de manera contradictoria.
Bernardo Houssay nació el 10 de abril de 1887 y desde chico se destacó entre sus compañeros. Tenía una voracidad por aprender poco común; de hecho, tanto amaba los libros que se cuenta que su madre buscaba que su niño también pudiera entretenerse con de la misma forma que las personas de su edad, a partir de juegos como las bolitas. Si bien su familia concebía que distraerlo un poco era lo más adecuado, el futuro de Houssay estaba signado. Su capacidad estaba tan a la vista que con edad prescolar rindió un examen y lo ubicaron en tercer grado. A partir de allí, se adelantó siempre: a los 8 años rindió instancias del colegio secundario, a los 13 fue bachiller, a los 17 farmacéutico, a los 21 profesor y a los 23 médico.
Primero en todo, el todavía joven Bernardo obtuvo el Premio Nacional de Ciencias (1923) y, entre una innumerable cantidad de libros y experiencias, en 1944 incursionó en la gestión al crear el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IByME). Una institución en la que también destacaría Luis Federico Leloir (Premio Nobel en 1970), y que hoy cuenta con el trabajo de científicos como Gabriel Rabinovich.
En 1945, Houssay publicó el tratado de fisiología humana, que luego de su éxito (fue traducido a varios idiomas) pasaría a inmortalizarse en la academia como la “la fisiología de Houssay”. Obtuvo diversos reconocimientos nacionales e internacionales, distinguido por la Universidad de Toronto (Canadá), el Royal College of Physicians (Inglaterra) y la Royal Society of New South Wales (Australia).
En 1947, cuando tenía 60 años, obtuvo el Premio Nobel en Medicina y Fisiología, distinción que lo convirtió en el primer investigador latinoamericano en conquistar ese galardón en ciencias. Sus trabajos profundizan las herramientas de comprensión sobre la hipófisis y, específicamente, el metabolismo de los hidratos de carbono. Sus aportes arrojaron luz para que los médicos y médicas pudieran entender cómo se desarrolla la diabetes en el organismo humano. En ocasión de obtener la distinción de parte de la Academia Sueca de Ciencias, dijo lo siguiente: “El Premio Nobel no se puede solicitar, ni uno se puede presentar a él; simplemente se lo recibe cuando es otorgado. Ninguno de los que lo recibió ha trabajado para obtenerlo, sino para el adelanto de la ciencia. Si hubieran trabajado para obtenerlo, no lo hubieran conseguido porque no hubieran hecho nada importante”.
El Nobel seguramente sea la distinción científica más importante a la que puede aspirar cualquier científico alrededor del mundo. Es tan importante que por eso cuesta tanto que otro argentino destaque en la arena internacional como lo hizo Houssay. Tan solo dos pudieron hacerlo en rubros asociados: Luis Federico Leloir y Cesar Milstein. Los tres, no casualmente, fueron formados en la universidad pública.
En 1958, Houssay tuvo una participación decisiva en la fundación del Conicet. De hecho, fue su primer presidente y la condujo hasta la muerte. Durante su trayectoria, cosechó 24 doctorados honoris causa, fue nombrado miembro de numerosas academias de medicina y formó parte de más de 200 sociedades científicas. El 27 de septiembre de 1971 falleció, pero su legado sigue intacto, sobre todo, el que enfatiza la importancia de promover la ciencia argentina, a partir de la formación continua y rigurosa de recursos humanos.
Dentro de sus frases más célebres se encuentra la siguiente: “La disyuntiva es clara, o bien se cultiva la ciencia y la investigación y el país es próspero y adelanta, o bien no se la practica debidamente y el país se estanca y retrocede. Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico y los países pobres lo siguen siendo si no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.
En el presente, son innumerables los institutos y centros que llevan su nombre. También, queda el rastro de cientos de jóvenes –en la actualidad no tan jóvenes– que se formaron con él y mantienen vivo su legado. De hecho, el 10 de abril se conmemora el Día del Investigador Científico en el país en reconocimiento a su fecha de nacimiento.
Es cierto, a la distancia se podría discutir su posición sobre la libre elección de temas, sobre la adecuación de las investigaciones locales a las modas internacionales y su perspectiva con respecto al gobierno peronista, aspectos que en su momento lo enfrentaban con otros intelectuales de la talla de Rolando García u Oscar Varsavsky. Sin embargo, lo que es indiscutible es todo lo que hizo para que la ciencia argentina se afiance y las investigaciones logren mejor calidad. Un ejercicio contrafáctico, pero lúdico: ¿qué diría, entonces, Houssay sobre el concepto de libertad que tiene Milei?
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