Qué fácil parece ahora entender aquel mundo bipolar. Hasta una Cortina de Hierro ordenaba el mapa según ideas y sistemas políticos. Funcionaban las coordenadas izquierda y derecha, en servicio desde 1789. ¡Cuánta nostalgia! Hoy hay que lidiar con laberintos ideológicos, discursos inescrutables, gestos confusos, políticos que son magnates o viceversa, embrollos en los que las contradicciones reverberan, desafiantes, sobre cualquier pretensión cuadriculada. Véase si no este nuevo capítulo de la fresca amistad entre el presidente argentino y el hombre más rico del mundo.
Aunque pasó ya una buena cantidad de días desde el episodio del brazo extendido de Elon Musk (fue el 20 de enero en el marco de la asunción de Donald Trump), este lunes Milei lo reflotó. Recién llegado de Davos, habló -siete minutos- en el Museo del Holocausto de la calle Montevideo. Se conmemoraban 80 años de la liberación de Auschwitz por las tropas soviéticas, acontecimiento instituido como Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Milei, con buen criterio, condenó la indiferencia de la preguerra frente al antisemitismo, dijo que el mundo está viviendo una situación que cada vez tiene más similitudes con lo que ocurría antes del inicio del Holocausto, describió los ataques a Israel como el antisemitismo de hoy y llamó al fundamentalismo intolerante “ideología de destrucción”. Pero al criticar la banalización del nazismo, en vez de referirse por ejemplo al problema de la memoria, Auschwitz y los jóvenes que graban videos alegres en pleno campo de concentración, Milei prefirió ser endogámico. “Ojo con los que en forma banal revolean categorizaciones de nazi a cualquiera que no coincida con su forma de pensar, tal como lo hicieron expresiones de izquierda de todo el mundo con mi amigo Elon Musk, que es un defensor intachable del Estado de Israel”, afirmó el presidente.
En la atmósfera algo sacra, podría decirse, del Museo del Holocausto, cuando llegó el momento ritual en el que viva a la libertad, Milei resolvió ahorrarse la palabra carajo. Mucho más apaciguado que en Davos, donde entregó una de sus piezas más extremistas, evitó insultar a quienes criticaba, decoro suculento comparado con el tuit de la semana pasada, “Nazi las pelotas”. Debido a las tres últimas líneas, ese tuit desató en el país una agitación mucho mayor que la causada por el gesto de Musk al cual se refería: “los vamos a ir a buscar hasta el ultimo rincón del planeta en defensa de la libertad; zurdos hijos de putas (sic) tiemblen”.
Dicho de otro modo, Milei repudia que se le diga nazi a quien “no coincida con su forma de pensar”, y lo bien que hace en repudiar eso, pero a la vez le parece apropiado descargar sobre los disidentes una despiadada retahíla de agravios y descalificaciones corrientes con el accesorio de la amenaza de ir a buscarlos, en su caso una amenaza mucho más inquietante por ser el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad y máxima autoridad de todo el Estado.
Es verdad, en el país el kirchnerismo, que quizás no sea estrictamente de izquierda pero se autopercibe así, fue quien encabezó el ránking de indignados con Musk. La contundencia de esa reacción se dio de patadas con el antecedente de antisemitismo encubierto bajo la forma de expresiones antisionistas por parte de figuras kirchneristas. Lo dijo mejor Milei en sus siete minutos: “son los mismos que defienden a los terroristas de Hamas y despotrican en contra del Estado de Israel”. Pero muchas otras personas, fueran de izquierda, de centro o de derecha, politizadas o no, frente al híper viralizado video de Washington a lo mejor no llegaron a concluir que Musk sea nazi pero tampoco se convencieron plenamente de que todo se debió, como justificó Milei de refilón, a un gesto inocente.
La inocencia habría requerido ciertas dosis de ignorancia. Cuesta imaginar que alguien instruido no sepa cómo saludaban los nazis, o incluso que desconozca que si en Alemania alguien hace el gesto de Musk puede recibir tres años de cárcel. Tampoco parece muy razonable exculpar a Musk con el argumento de que hizo el saludo romano. No está acreditado que los romanos saludaran así, con el brazo derecho extendido, es una suposición que consagraron obras de teatro del siglo XIX y luego algunas películas mudas en las que se inspiraron el fascismo italiano y el nazismo alemán. Pero sea como fuere que hubieran saludado hace dos mil años, la apropiación nazi de este protocolo y su difusión ad infintum por el cine de la segunda mitad del siglo XX no parecen dejar lugar a malentendidos históricos.
Por supuesto, pudo tratarse de “un gesto torpe en un momento de entusiasmo”, explicación que logró a nivel internacional considerable consenso. Lo que no se entiende es el comportamiento posterior de Musk. ¿Qué haría uno si le atribuyeran un gesto nazi en público que no hizo? Diría sin demorarse, probablemente, “no, de ninguna manera tuve intención de hacer un saludo nazi y si a alguien le pareció eso, pues está equivocado, yo no sería capaz”. Aclararía las cosas. Hasta podría llegar a disculparse por haber generado el malentendido. ¿Qué hizo Musk? Tuiteó en su propia red: “El ataque de ‘todos son Hitler’ está gastadísimo”.
Tiene razón, muchos usaron el episodio para atacarlo. ¿Pero siquiera para el resto de la Humanidad no hay que aclarar nada?
El argumento de que Musk es un defensor intachable del Estado de Israel desde luego que resulta atendible. El problema es que el flamante funcionario de Trump también apoya al partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), que no es otra cosa que neonazi. Según el historiador Johann Chapoutot, profesor de historia contemporánea de la Universidad de la Sorbona, “los líderes de la AfD han reintroducido la idea de que la gran mayoría de los combatientes alemanes de la Segunda Guerra Mundial –en la Wehrmacht y las SS– se comportaron honorablemente y, una vez más, protegieron a la Europa blanca y cristiana del atraso estepario del «bolchevismo»”. Chapoutot explica en El Grand Continent, revista del Groupe d’études géopolitiques, que “la AfD, como muchos partidos de extrema derecha, propone un discurso populista que promete devolver el poder al pueblo frente a una élite que supuestamente se apresura a oprimirlo”. El origen de la AfD, el mayor partido de la extrema derecha alemana desde 1945, primera fuerza en Turingia, estuvo relacionado con la economía y con el miedo del alemán promedio a la inflación. El planteo originario pasaba por eliminar el euro y arremeter contra el Banco Central. Luego el partido fue conquistado por los sectores más duros y xenófobos, enarboló la idea de la “remigración” (una palabra de la sociología reconvertida por los extremistas a algo así como la deportación de inmigrantes) y adoptó en forma creciente posturas neonazis.
En 2021, Bjorn Hocke, el líder de Turingia, fue condenado por usar un slogan nazi en un acto político. Hocke ha criticado en forma abierta la cultura de la memoria del Holocausto. El AfD explica la Segunda Guerra Mundial como un conflicto contra el estalinismo en el que hubo excesos (palabra de consabida resonancia videlista), lo que no obsta para el orgullo de Alemania y sus logros.
Musk tiene cercanía con Alice Weidel, candidata del AfD en Sajonia. ¿Hablamos de contradicciones? Ella es un compendio: vive en pareja con otra mujer, una inmigrante de Sri Lanka. Weidel hace campaña a favor del modelo tradicional de familia y contra los inmigrantes. ¿Cómo se explica? “Cuando se ve a Donald Trump o a Javier Milei en Argentina -declaro Kay Gottschalk, diputado por Renania del Norte Westfalia al diario El País, de España- está claro que ya no estamos en el tiempo de las personas aburridas, sino de las figuras únicas”.
Eva Kienholz, autora de un libro sobre el AfD, citada por el mismo diario dice: “No sé cuánto durará dentro del partido este equilibrio entre la tolerancia absoluta cuando se trata de la extrema derecha, y la idea de AfD como un partido que se supone que es libertario”. Nada que agregar.
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