sábado, 15 marzo, 2025
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Pablo Cuevas, íntimo: sus jugadas de fantasía, viaje en kayak de un país a otro, el aura de Federer y el día que Messi lo vio dormido y preguntó quién era

Pablo Cuevas, el mejor tenista uruguayo de la historia, 19° del ranking mundial en 2016, siempre hizo todo con naturalidad e inconsciencia. Fue osado de chico, cuando a los diez años cruzaba el río Uruguay para ir y venir, cuatro kilómetros, de Concordia (Entre Ríos, donde nació) a Salto (Uruguay, donde se crió, se entrenaba en el club Remeros y vivía la familia de su mamá, Lucila). Fue creativo y arrojado de adulto, como jugador, compitiendo ante los mejores del circuito de igual a igual e inventando golpes circenses que durante años lo destacaron como protagonista en los clásicos “best hot shots” de cada cierre de temporada ATP Tour.

Luego de dos décadas como profesional, Cuevas disputó el último partido de su carrera en agosto pasado, en el US Open (cayó en la clasificación), aunque ya venía meditando el final desde hacía un puñado de temporadas. Con revés a una mano y clásico estilo rioplatense, fue contemporáneo de Roger Federer y Rafael Nadal, leyendas con las que construyó una conexión más allá de los courts.

Pablo Cuevas, el mejor tenista de la historia de Uruguay, fue creativo y arrojado, compitiendo ante los mejores del circuito e inventando golpes circenses que lo destacaronATP

“De chico estaba todo el día en el club; hacía todos los deportes. Básquet, natación, canotaje, karate, tenis; fútbol fue lo que menos hice. Me daba intriga saber de qué deporte se podía vivir, porque escuchaba a los de canotaje y natación que se iban alejando para estudiar y me hacía ruido, porque después los veía en los Juegos Olímpicos. Un día, viendo un partido de tenis, le pregunté a mi madre si siendo tenista se podía vivir, me dijo que sí y ahí dije: ‘Quiero hacer eso’. Fui dejando los otros deportes y le metí todas las ganas al tenis”, rememora Cuevas, ante LA NACION, a los 39 años, casado con Clara Ruíz, padre de Alfonsina (diez años) y Antonia (siete).

Su documento registró seis títulos individuales ATP (Umag y Bastad 2014; Río de Janeiro 2016; San Pablo 2015, 2016 y 2017) y nueve en dobles, el primero de ellos, destacadísimo, en Roland Garros 2008, con el peruano Luis Horna como compañero y Daniel Orsanic como entrenador. Entre 2004 y 2022 participó de 23 series de Copa Davis y su récord final en singles del circuito grande es de 242 victorias y 224 derrotas. Derramó su talento, pero también histrionismo y chifladuras. Se dio el gusto de vencer, entre otros, a Nadal, Andy Roddick, Tomas Berdych, Guga Kuerten, Stan Wawrinka, Guillermo Coria, Jo-Wilfried Tsonga y Gael Monfils.

Pablo Cuevas, en otra etapa de su vida, a los 39 años, casado con Clara Ruíz, padre de Alfonsina (diez años) y Antonia (siete)Instagram Pablo Cuevas

La vida de Cuevas fue agitada desde el mismísimo nacimiento, el 1 de enero de 1986. “Mi madre es uruguaya, mi padre argentino (Gabriel; por entonces empleado de Aerolíneas Argentinas). Estaban pasando las Fiestas en la casa de mis abuelos maternos, en Salto; mi madre, que en ese momento estudiaba para contadora pública, se empezó a sentir mal. Tenían la sociedad médica del otro lado, en Argentina, y dijeron: ‘Bueno, nos vamos’. Y al rato nací yo. A eso de la una y media de la mañana. Empecé molestando y dándole arriba desde el primer día del año”, sonríe Cuevas. Con Felipe Macció como entrenador, dejó Salto para ir en busca de su sueño tenístico, viviendo en Santa Lucía del Este (un balneario del departamento de Canelones, donde además de pegar raquetazos profundizó su pasión por el surf y la pesca) y Montevideo. La transición de junior a profesional fue espinosa: sus padres se quedaron sin trabajo casi al mismo tiempo y, por falta de recursos, estuvo seis meses sin jugar. Regresó a Salto, estuvo por retomar el colegio, pero quiso darse una última oportunidad…

“Tomé la decisión de irme a Buenos Aires con un raquetero para jugar una pre-qualy, ahí conocí a una gente del Temperley Lawn Tennis, estuve un año y medio en la zona sur, viviendo en la casa de Kiko Carruthers, que era el presidente del club. A través de él llegué a un sponsor que me acompañó por diez años, invirtiendo plata en mí para poder viajar. Yo siempre persiguiendo lo que amaba con inocencia, hasta que cada vez uno se va volviendo más profesional y con un montón de responsabilidades, pero no dejaba de ser mi pasión. Eso, de alguna manera, lo mantuve hasta los 35 años. Creí que la última etapa iba a ser el momento de mayor disfrute, pero no pude disfrutar de los últimos años. No sé bien por qué sucedió. Los viajes me pesaron, el cuerpo empieza a crujir de otra manera, ya era padre…”, explica Cuevas, que desde hace casi dos meses se sumó al equipo del porteño Francisco Cerúndolo como segundo coach.

El surf y la pesca siempre fueron pasiones que movilizaron a Pablo Cuevas, una persona inquieta: «De chico estaba todo el día en el club; hacía todos los deportes»Instagram Pablo Cuevas

Y retoma: “Desde que lo decidí (el retiro) sí sentí un alivio, pude disfrutar más de mi alrededor. Mientras jugás, estás en una burbuja en la que el circuito mismo te va contagiando y no es fácil hacer el cambio de chip. Yo me fui muy chico de mi lugar, de Salto, con 14 años; después me fui chico de Uruguay para Buenos Aires, y si bien tenía mi entrenamiento ahí, no era donde estaban mis amigos y la familia. Viví una vorágine fuerte, un desapego constante. Incluso, hasta la pandemia, desde mi adolescencia que no estaba quince días seguidos en Uruguay. Estuvo bueno que así sea, pero ya estoy en otra etapa. Ahora me metí en este desafío (en el equipo de Cerúndolo, que tiene a Nicolás Pastor como entrenador principal) porque pasó un tiempito considerable. Arreglamos para que viaje unas doce o quince semanas al año con Fran. Estoy entretenido de vuelta”.

-¿Cómo es que cruzabas el río Uruguay en kayak siendo tan chico?

-Es que yo hacía canotaje, había competido del lado argentino en campeonatos nacionales y también del lado uruguayo. Era algo simple para mí. En un momento iba de orilla a orilla, hasta que del lado de Salto no me dejaron ir más. Tal vez hoy, visto con otra perspectiva, tuvieron razón al no permitírmelo más: era una responsabilidad grande. Tenía diez años, no había celular, nadie me controlaba; hoy tengo hijas de esa edad y… obviamente que no lo hacen. Pero hoy uno controla más y dice: ‘Avisame cuando llegás allá’. Yo me iba de casa a la una de la tarde y volvía a las seis o siete horas. Existía una lancha que te cruzaba y al principio empecé yendo ahí, pero después pensé que podía ir en kayak, porque iba y volvía cuando quería. Mis viejos me daban libertad. Me faltó quinto y sexto año del secundario, que fue cuando me fui para Montevideo. Intenté seguir el liceo en Montevideo de noche, pero no prosperó. No existían las facilidades de hoy, con plataformas online.

Un título muy recordado: Pablo Cuevas y el peruano Luis Horna obtuvieron el trofeo de dobles de Roland Garros 2008, venciendo en la final al canadiense Daniel Nestor y al serbio Nenad Zimonjic Matthew Stockman – Getty Images Europe

-En 2008 fuiste semifinalista de ATP (en Viña del Mar) y campeón de dobles en Roland Garros. ¿Fue el año en el que finalmente te convenciste de que podías vivir del tenis?

-No lo tomé, capaz, como diciendo: ‘Esto me muestra que valió la pena’, pero sí para eliminar algunas dudas. En mi caso me planteé: ‘Che, ¿voy a llegar?’. Antes de 2008 pasó algo que tengo presente, en el Challenger de Scheveningen (Países Bajos), en julio de 2007. En un entrenamiento se largó a llover, era uno de esos días en los que me salía todo y lo primero que se me vino a la cabeza fue pensar: ‘Uy, qué cagada, esta lluvia me cortó el trabajo’. Salimos y hablé con el que después fue mi entrenador, Facu (Savio), que en ese momento sólo era mi amigo: ‘Che, me pasó esto y siento que estoy como para ganar el torneo’. Y le dije que me había aburrido de jugar los Challengers, que quería ir a los torneos más grandes. Esa situación me marcó. A partir de ahí empezó la evolución. Después de un tiempo, no sé si cuando perdí con David Ferrer en Acapulco (2010), pensé: ‘No quiero seguir haciendo buenos partidos con los mejores y perder: quiero ganarles’. Hice un clic en la cabeza. Al año siguiente, en 2011, le gané a Roddick, que era top ten (8°), en Miami, donde defendía el título.

-¿El revés a una mano te salió en forma natural desde el inicio?

-Cuando llegué a Salto, con once años, le pegaba de revés todo con slice, slice, slice… Era tipo Steffi Graf: le pegaba quince reveses con slice y uno o dos con top. Pero a pesar de que usaba el slice sentía que podía hacer buenos drop-shots y llevar al fondo la pelota. En Salto me entrenaba con casi todos chicos más grandes que yo, entonces me hacían sufrir haciéndome jugar más alto por ahí, hasta que fui tomando más fuerza y el golpe me salía natural. Tuve buenos profes de chico, buenos formadores. Es el golpe más lindo del tenis, aunque está un poco en extinción. Hay y hubo reveses a dos manos lindos también, como el de (David) Nalbandian. El de Safin no sé si era tan lindo, pero Marat era de mis jugadores favoritos, hacía lo que quería y le pegaba muy fuerte. Y a una mano arranqué admirando el de Guga, seguí con (Gastón) Gaudio y con Wawrinka, que es el que más me gusta por cómo lo maneja. (Dominic) Thiem también tuvo un tremendo revés a una mano, un planazo, aunque estéticamente no me volvía loco.

Pablo Cuevas, en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, impactando de revés a una mano, su marca registrada: «Es el golpe más lindo del tenis, aunque está un poco en extinción»Marcelo Endelli – Getty Images South America

-Antes de dar el gran salto en tour y de ganar tu primer título en 2014, perdiste dos años por una lesión de rodilla derecha a la que no le encontraban solución.

-Sí. La rodilla me falló en un partido en Roma contra Charly Berlocq, en la segunda ronda de la qualy de 2011. Fui a pegar un revés abajo y pum, me pinchó. Terminé ganando el partido. Fui al médico y me dijo: ‘No, no pasa nada. Seguí’. Llega Roland Garros y me tuve que retirar en la primera ronda del dolor. Empezaron las resonancias para ver de dónde carajo venía eso. Hubo incertidumbre, no estaba claro el diagnóstico. Me operé en Buenos Aires de osteocondritis. Ya de arranque me dijeron que la rehabilitación sería de siete a nueves meses, pero a los seis meses no había mejoría. De nuevo las resonancias. ‘Lamentablemente este tratamiento no funcionó, no sabemos si se rompió más en este tiempito que empezaste de vuelta’, me dijeron. Me ofrecieron ir a Estados Unidos, hice una consulta en Nueva York y me terminé operando en Cleveland, pero de osteonecrosis. Ahí el doctor Miguel Khoury (integrante del cuerpo técnico de Mostaza Merlo en el Racing campeón de 2001 y, más tarde, en el equipo argentino de Copa Davis) me acompañó; fue un crack en la parte humana, porque caés allá, te dicen cosas y no tenés ni idea. Me hicieron una tremenda operación. Estuve doce semanas en muletas, sin apoyar el pie. Se hizo largo ese proceso. Me perdí los Juegos Olímpicos de Londres, que hubieran sido los primeros para mí. Frente a mi departamento en Buenos Aires había una publicidad enorme de un canal de TV que decía Londres 2012, lo veía todos los días; lo recuerdo hoy y todavía me duele. Me volví a trabajar con (el kinesiólogo) Mariano Seara.

-¿Y cómo seguiste?

-Al tiempo conocí al Mago Aguerre (popular en el mundo del polo y del rugby) en Punta del Este; me lo presentó Lobito (Luis Lobo). Y cuando le cuento al Mago, después de un año y seis meses con todo este padecimiento, sin ganas de nada, pensando que no me iba a curar, me ve, agarra la llave del auto y me hace doler en la rodilla, me saca un pedazo de piel y me dice: ‘Ahora metete en la cancha y jugá’. Y yo lo miro, como diciendo: ‘¿Sos boludo? Te estoy diciendo que me duele desde hace meses’. Le hice caso y no me dolía, che. Juego una bola, moviéndome en una baldosa y me dice: ‘¿Qué es lo que no entendiste, pibe? Quiero que las corras todas’. Yo por dentro pensaba cualquier cosa. Me muevo y no me dolía… A los cinco minutos me dice: ‘Bueno, por hoy ya está’. Ahí era yo el que pensaba por qué iba a parar si no me dolía. Termina y le digo: ‘Contame: ¿ya está, qué onda?’. Y dice: ‘No, venite mañana a las 7 de la mañana a mi casa’. Fui, me atendió una hora, me puso agujas y a partir de ahí empezó la evolución. Al día siguiente me entrené unos 15 o 20 minutos sin dolor. Cada día fui sumando diez minutitos más. En la hora de entrenamiento el dolor desaparecía; en la exigencia máxima, no. Eso fue en enero de 2013, empecé a jugar en abril. En mayo voy a Roland Garros, juego cuatro horas en la primera ronda contra (Adrian) Mannarino y al otro partido no me podía mover y perdí contra Gilles Simon. Me costó recuperarme y recién volví en el US Open, pero quedé mal y me retiré. Pude hacer la gira de Asia, después gané un Challenger en Buenos Aires a fin de año y a partir de ahí empecé poco a poco. Y tuve un 2014 espectacular, increíble.

Pablo Cuevas compitiendo sobre el césped de Wimbledon, en 2018; antes de ganar su primer título en 2014, perdió dos años por una lesión de rodilla a la que no le encontraban soluciónTim Clayton – Corbis – Corbis Sport

-¿Qué secreto tuvo lo que te hizo Aguerre?

-El Mago trabaja mucho con acupuntura, te inhibe el dolor de alguna manera. Desde el primer minuto me dijeron que la operación en Cleveland había sido muy buena, con un amigo del doctor Khoury. Pero el Mago, además de trabajarte mucho la parte mental, inhibe el dolor y el cuerpo empieza a trabajar con más fuerza. Ese período fue largo, lleno de dudas; no tuve depresión, pero sí pensaba qué carajo voy a hacer. La única actividad que hacía era natación. En ese tiempo empecé a leer bastante, cuando yo siempre había sido un tipo que no se podía mantener quieto mucho tiempo. Leí biografías de deportistas, de Martín Palermo y Maravilla Martínez; también el de los All Blacks y hasta el de Milagro en los Andes. Historias de fortaleza mental. No tenía mucho por reprocharme; no me había lastimado haciendo surf. En ese período de dolor no quería ver mucho tenis, pero en 2011 en Buenos Aires vi a (Fabio) Fognini perder contra (Albert) Montañés, una Ferrari contra un Fiat 600. ¿Cómo podía pasar eso? Si bien yo no era como Fognini, más de una vez le daba chances al otro por mis enojos y no podía permitírmelo más. Y cuando volví, al principio haciendo cosas muy limitadas, le saqué el jugo eliminando las dudas. Antes, a la hora de hacer un saque y red, me lo cuestionaba tres veces en diez segundos. La inactividad me hizo bien mentalmente; sentía que de alguna manera estaba ahí de regalo, era como el lucky loser que muchas veces llega a la final.

Pablo Cuevas construyó un buen vínculo con Rafa Nadal: oficialmente se enfrentaron seis veces (el uruguayo se impuso en una) y se entrenaron juntos en muchas más oportunidadesInstagram Pablo Cuevas

-Y en 2016 le ganaste a Nadal en polvo de ladrillo, en las semifinales de Río.

-En 2015 había jugado contra Rafa el mismo torneo, a la misma hora, por los cuartos de final y me fui silbado después de perder 6-0 en el tercer set. Y cuando se repitió la historia al año siguiente, dije: ‘El año pasado hice cosas bien, pero me castigué por no haber concretado las oportunidades. Si ahora logro tener posibilidades contra este tipo es porque estoy haciendo las cosas bien: mantené la calma’. Eso me repetí durante todo ese partido y fue lo que terminó funcionando. Nos fuimos casi a las dos de la mañana del club. Volví al hotel, me terminé durmiendo como a las 5, y al otro día, en la final, tuve una fortaleza mental que me llevó a ganar. Enseguida tenía que mostrarle a (Guido) Pella que, si él pensaba hacer un partido largo, estaba equivocado; él tiraba muy bien el drop y me mentalicé a correrlos todos, aunque se me salieran las tuercas de la rodilla. Tenía que borrarle la idea de que yo estaba cansado. Y gané.

Pablo Cuevas ganó seis títulos individuales ATP: Umag y Bastad 2014; Río de Janeiro 2016 (foto); y San Pablo 2015, 2016 y 2017Fernando Maia� – EFE�

-¿Cómo fue tu vínculo con Federer, Nadal y Djokovic?

-Son tres personalidades completamente distintas. Me acuerdo un día en el famoso Kid’s Day de Roland Garros a Rafa jugando contra Fabrice Santoro, una exhibición a nueve games. Rafa le iba ganando como 6-0, el tío Toni le hace una seña como diciendo ‘aflojá un poco, él está jugando en su casa’. Rafa le juega una pelota por el centro, pero Santoro no le puede ganar el punto y Rafa lo mira a Toni, como diciendo ‘¿qué querés que haga? Chau, que se joda’. Era así de competitivo. Con Roger entrené un montón de veces y, siendo sincero, habré perdido sólo un set, pero no por mérito mío, sino porque él practicaba cosas y no le importaba si entraba o no. De hacer esa jugada de devolución yendo para adelante, de imitarme a mí haciendo un tiro o de quedarse por gusto jugando de revés a revés pegando alto, algo que no hacía jamás en un partido, mil veces… La primera vez que entrené con Nadal fue en Hamburgo y le gané un set; a partir de ahí hubo un período de muchos entrenamientos en los que me quería cagar a palos para demostrarme que aquello había sido una casualidad. Y así fue: me cagó a palos. Roger era todo relax. Con los dos establecí muy buena relación. Con Roger tengo un montón de mini-historias. El día que le ganamos con Lucho Horna a los hermanos Bryan en Roland Garros (en cuartos de final), entré en el vestuario, justo abre la puerta él y me dice: ‘Estábamos todos acá mirando el partido, te felicito, me pone contento’, y me hace otro comentario, porque se ve que no tenía la mejor onda con los Bryan. Al tiempo jugué interclubes en Suiza y un día me paró para decirme que yo había estado jugando en su club (Old Boys de Basilea), siempre muy atento. Parece frío, pero es súper divertido; adentro del vestuario muchas veces estaba a los gritos. Hasta tuvo la humildad de preguntarme cosas sobre jugadores que yo había enfrentado. Me acuerdo en un US Open que se me acercó para preguntarme algo del coreano Hyeon Chung, con quien yo había perdido en Indian Wells.

-¿Generaba un respeto extra en el vestuario?

-Sí. Roger es el único tipo que tenía una especie de aura. Yo sentía eso. Y eso que entrené una gran cantidad de veces con él, tuve charlas y demás… Pero aparecía e imponía respeto. Tenía otra energía.

-¿Te pasaba con otros?

-A mí, no. Y como no hablo inglés muy bien es como que a los diez minutos de charla me quedaba sin tanto tema y le escapaba a esa situación, me incomodaba. Con Rafa coincidí por primera vez en un Mundial por equipos de 16 años y pegamos buena onda; hablábamos el mismo idioma. Él se metió más rápido que yo en el circuito, nos separamos un poco, pero siempre hubo buena onda, al punto de compartir momentos en su barco en Mallorca con mi familia.

Pablo Cuevas tuvo una muy buena relación con Roger Federer, a quien enfrentó en dos oportunidades; una de ellas fue en la final de Estambul 2015, ganada por el suizoInstagram Pablo Cuevas

-¿Y Nole?

-Es con el que menos conviví. No es que soy de un bando o del otro, pero me pasó algo similar con Gaudio y Coria: tuve una tremenda relación con Gastón, y jamás tuve algo en contra de Willy. Nole es un poco de los dos estilos: la rebeldía latina por todo lo vivido en su país, sin la elegancia de Roger, pero sí el espíritu competitivo de Rafa, aunque siendo mucho más eufórico. A Rafa nunca lo vi tirar una raqueta, en cambio Novak puede romper todo el club y seguir conectado. Y con un juego híbrido: la parte defensiva muy buena, pero también muy agresivo, más desde el fondo de la cancha. La vez que jugué contra él todavía me faltaba un pelín de físico para sentirme de igual a igual y me ganó bien, en Roland Garros 2021 (el serbio ganó 6-3, 6-2 y 6-4, por la segunda ronda). Es difícil de jugarle.

-¿Dónde viste la final de Roland Garros 2004 entre Gaudio y Coria?

-La vi en el club Temperley. Tenía 18 años y vivía en un departamento en Lomas de Zamora. No tenía relación con Gastón, pero al ser nacido en Temperley él era el favorito de la zona. A los 13-14 años ya me gustaba su tenis y después tuve la oportunidad de entrenar con él. En el período de mi lesión, Gastón ya estaba sin jugar y vino a Uruguay tres meses en el que yo no tenía entrenador y podía hacer muy pocas cosas adentro de la cancha. Vino a jugarme todos los días, de onda, algún día con mejor humor, otro con el clásico ánimo de él, pero sin faltar nunca y no tenía ningún compromiso conmigo.

-En su momento te acercaste a ayudar a Nicolás Kicker, invitándolo a entrenar en Uruguay mientras cumplía la sanción por arreglos de partidos. ¿Qué te motivó a hacerlo?

-Con Nico compartíamos preparador físico, el Mono (Mariano Gaute), y siempre tuvimos buena onda. Es de la edad de mi hermano (Martín Bebu Cuevas; 271° en 2018); iban a ver juntos a Vélez a la cancha. Obviamente que no comparto el error que cometió, pero nos equivocamos todos y, si bien era por cuestiones distintas, los dos estuvimos un tiempo alejados del circuito, entendía que él tenía mucho más para reprocharse y que se le estaría haciendo pesado estar en Buenos Aires. De hecho, antes de que lo invitara a entrenar, me había llamado para preguntarme cómo había pasado ese tiempo, con quién había ido al psicólogo, qué leía… A mí me venía bien tener a alguien para entrenar y se vino en varios momentos durante algunas semanas, quedándose en casa.

Los 5 mejores puntos del tenista Pablo Cuevas

-Quedaste marcado a fuego por anotar puntos de fantasía, como el de Madrid 2017 ante Alexander Zverev impactando un winner cruzado de espaldas y el de la final de Estoril 2019 contra Stefanos Tsitsipas amagando que pegabas un smash y golpeando la pelota de frente y entre las piernas. ¿Cómo surgían esas ocurrencias?

-La de Tsitsipas en Estoril se la copié a Gaudio, que la hacía en cada entrenamiento. Ahora, cómo surgían dentro de un partido… no lo sé. Las veces que tiré esas fantasías terminaban saliendo, pero pude haber salido en el Not Top Ten (sonríe), porque el límite con lo ridículo era muy finito. Esa jugada de Estoril roza con que no le guste al rival, porque es una jugada, digamos… algo sobradora. La otra, pegando de espaldas, fue un recurso; al que no le gusta que mire para otro lado, pero no había otra cosa para hacer. No tienen mucha explicación. Es más: la explicación es no pensarla mucho, porque si la pensás un poquito, no sale. Era tener inconsciencia y que fluya, nada más. Yo le agregaba un poco de actuación, pero no era premeditado. Después veía las jugadas en las redes y me reía. Al día de hoy, con un montón de personas que me cruzo, no me dicen: ‘Uy, cuando le ganaste a fulanito’. No. Me dicen: ‘Uy, qué jugada aquella’. Se ve que marcaron mucho al público del tenis.

-¿Es verdad que Lionel Messi visitó el vestuario de un torneo en el que jugabas, preguntó por vos y no te enteraste porque estabas durmiendo?

(Sonríe)-Sí, es verdad. Fue en el Conde de Godó, al que solían ir los jugadores de Barcelona. Fue en 2008, mi primer año en el torneo. Yo estaba durmiendo en una especie de living que tiene el vestuario; estaba totalmente desmayado, despatarrado y con la boca abierta. Y llegó Messi al vestuario, estuvo con Nadal y desde que llegó hasta que se fue yo estuve en esa posición y se ve que en un momento le dio curiosidad, como diciendo: ‘¿Este de dónde salió? ¿Es el que lleva los bolsos, el que cuida el vestuario?’. Había un video de ese momento que después lo perdí, en el que se lo ve diciendo: ‘¿Quién es?’. Años más tarde fui a ver una práctica del Barça y a tomar mates con Lucho Suárez, vi a Leo en la práctica, pero no lo saludé, me dio vergüenza decirle que era yo el que dormía.

Unos mates entre uruguayos: Pablo Cuevas compartiendo un momento de charlas y anécdotas con Luis Suárez, cuando el delantero actuaba en Barcelona y era compañero de Leo MessiInstagram Pablo Cuevas

-En enero de 2020, durante la ATP Cup, tuviste una desopilante reacción, cuando el árbitro te dio un warning y te quisiste ir del partido. ¿Qué te pasó?

-Todos decían qué estaba pasando, ¿no? Es que en el banco estaban mi hermano, (Franco) Roncadelli, Felipe Macció como capitán… Ya habíamos perdido con España y Japón, toda la semana me había sentido incomodísimo, no toleraba más esa situación y, en el último partido con Georgia, contra (Nikoloz) Basilashvili, mi hermano me decía que no me estaba moviendo. ‘Ponele más ganas’. Yo sentía que lo estaba haciendo pero que no le podía pegar a la bola. Entonces salí corriendo del banco haciendo unos saltos ridículos; creo que me hacen un ace abierto, no llegaba, pero cuando lo vi lo exageré, como si tuviera más ganas todavía. Al punto siguiente trato de no errar, pero a la cuarta o quinta pelota, pum, él me tira un winner, yo no llegaba y hago otra pavada. Y el árbitro me pone warning por falta de esfuerzo. Le digo: ‘Perdoná, pero estás loco. Poneme por payaso o por otra cosa, pero no por falta de esfuerzo. Llamá a la policía, a los Baywatch, al supervisor, al que quieras’. Y eso quedó en las redes: es más, hicieron un videíto en el que venían corriendo los de la serie Baywatch. Hasta no hace mucho me mandaban ese sticker cuando había una discusión. Fue una locura divertida.

-¿Qué te generan los mejores jugadores de hoy?

-Sinner y Alcaraz se parecen un poquito más a la generación que se acaba de ir. Sobre todo, Sinner. A Alcaraz lo veo que trata de convivir más con el relax. Se lo ha visto en algún boliche, con amigos, distendido, en la parte más humana. A Sinner no se lo ve así o, al menos, no lo muestra; es 365 días de tenis, tenis, tenis. Son tremendos jugadores y vistosos. A mí me sorprende más la creatividad de Alcaraz. Sinner es más parecido a Djokovic. Después hay otros muy lindos de ver, como João Fonseca, aunque es muy reciente. Están Tsitsipas, Shelton, Musetti, aunque un escaloncito más abajo, que no tienen esa regularidad, pero el día que juegan bien son muy parecidos a los mejores. Hubo períodos de mi carrera en los que me preguntaban por dónde quería ir del cuadro y me daba lo mismo, porque había once o quince tipos fenomenales sin ser tan vistosos, como Ferrer o Berdych; no daban lugar. Cilic, cuando andaba bien, Murray, Wawrinka. En el 90% de los torneos llegaban a cuartos de final. Era como que te bajaban los objetivos y la expectativa.

Cuevas a LA NACION: «Es muy difícil relajarte cuando estás en modo tenis y, sobre todo en el final, se me hizo cuesta arriba»Ryan Pierse/ATP Tour – ATP Tour

-¿Qué es lo peor del tenis?

-Lo que más me costó, no sé si por falta de capacidad o qué, fue relajarme ante tantas exigencias. Nunca fui un tipo de sacarse y de ponerse el chip enseguida. Es muy difícil relajarte cuando estás en modo tenis y, sobre todo en el final de la carrera, se me hizo cuesta arriba. Los viajes, los entrenamientos… Empecé a ver que había otro mundo y quería estar ahí mientras jugaba y no pude compatibilizarlo. Pocos chicos pueden hacerlo. Y es cuando hoy, la que algunos llaman ‘generación de cristal’, empieza con eso de ‘estoy quemado’. Por eso también hay muchos que se retiran y no quieren saber nada más con el tenis. Es muy demandante en la parte mental. A los sudamericanos, por lo general, nos cuesta mucho la parte económica y desde chico arrancás muy solo. Y son secuelas y huellas que van quedando y que, en el tiempo, las pagás muy caras.

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