viernes, 12 septiembre, 2025
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Iggy Pop: del frontman que le devolvió el salvajismo al rock al hombre perdidamente enamorado de una morocha argentina

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Dominada desde comienzo de la década del sesenta por el sonido pop negro creado en esa factoría de éxitos que era el sello Motown (The Supremes, Marvin Gaye, Little Stevie Wonder, The Miracles, y una docena más), la llamada “Ciudad de los Motores” (Motor City), Detroit, parió a dos de las más directas influencias del punk americano de los setenta: MC5 y The Stooges. Cuando Danny Fields fichó a los MC5 para el sello Elektra de Los Ángeles (el sello de los Doors) también lo hizo -ante la insistencia del propio Wayne Kramer- con otra banda de Detroit llamada The Psychedelic Stooges, especie de “hermana menor” de la primera. La banda giraba en torno a la salvaje figura de su cantante Iggy Pop (nacido como James Newell Osterberg Jr. en 1947), un frontman kamikaze amante de los excesos de todo tipo. Es el mismo que en el epílogo de su trayectoria se presentará este viernes en el Movistar Arena. ¿Será su última vez en Buenos Aires?

La mención al pasar de The Doors no es casualidad. Iggy Pop llevaría hasta los extremos más explícitamente pornográficos posibles las enseñanzas de su admirado Jim Morrison sobre como comportarse (mal) en un escenario. Por aquellos primeros días lo acompañaban tres amigos de la secundaria: los hermanos Ron y Scott Asheton en guitarra y batería respectivamente, y Dave Alexander en bajo. The Stooges, ya con el nombre acortado, viajaría a Nueva York para grabar su primer disco para Elektra en junio de 1969, producido el ex Velvet Underground John Cale.

Cale hizo lo suyo pero no logró captar el verdadero sonido de la banda. Además, los Stooges se quejaron de haber tenido que adaptar a parámetros convencionales sus más abiertas e improvisadas composiciones para el primer disco (The Stooges; 1969), que salió la misma semana que tuvo lugar la apoteosis hippie de Woodstock. De todas maneras, el LP pasó a la historia por gemas protopunks como “1969”, “I Wanna Be Your Dog” y “No Fun”.

El disco no tuvo el mismo impacto sonoro que tuvo el primero de los MC5 y fue prácticamente ignorado por el público, sin embargo su importancia para el futuro del rock and roll es igual o mayor que el debut del de su “hermana mayor”. Michael Davis (bajista de los MC5) señalaría en una entrevista con la revista inglesa Uncut, en mayo de 2005: “The Stooges fueron el polo opuesto a MC5. A ellos no les importaba un carajo de nada. A nosotros nos importaba mucho todo. Nosotros éramos mejores músicos que The Stooges, ellos apenas podían tocar sus instrumentos. Pero ellos escribieron mejores canciones”.

Para su segundo disco, The Stooges tuvo la suerte de tener como productor a Don Gallucci (había sido tecladista nada menos que de The Kingsmen, los de “Louie Louie”), quien sí supo cómo trasladar su sonido al vinilo; entre otras cosas, grabando la voz de Iggy en directo junto a la banda, no en forma separada como se solía hacer. Fun House (editado en 1970) es una obra maestra imperecedera que además llevó el sonido de Detroit a su punto máximo. De alguna extraña manera es la continuación y perfeccionamiento de lo preanunciado por los MC5 en Kick Out The Jams, pero que estos no pudieron abordar en su segundo disco producido por Landau.

Iggy Pop conserva la energía arrolladora de sus comienzosSantiago Filipuzzi – LA NACION

The Stooges -influenciado justamente por John Sinclair, quien para entonces había roto relaciones con los MC5- había estado escuchando mucho free jazz y a John Coltrane, y decidió incorporar a un saxofonista invitado (Steve Mackay) para acoplarlo a un par de jams que figurarían en el nuevo disco. El resultado es antológico, uno de los discos fundamentales de la historia del rock. En él todo encaja: la visceralidad y fuerza de los temas, su salvajismo y complejidad a la vez, los hallazgos de la producción (con Iggy gruñendo y gritando como sólo se puede hacer en directo) y la guitarra de Ron Asheton más asesina que nunca.

“Para mí The Stooges era la banda más auténtica de rock ‘n’ roll que había. Eran los mejores. Los Stooges originales, con Iggy, Ron y Scott Asheton y Dave Alexander. Era realmente algo pavoroso”, escribiría Dee Dee Ramone en su autobiografía, admiración que sería compartida por todos sus futuros compañeros de banda en ese mismo momento. La importancia e influencia de The Stooges (quienes trajeron de vuelta esa sensación de “peligrosidad” que se había ido perdiendo en el rock) es capital y esencial para el desarrollo del futuro fenómeno punk.

Pero la historia de The Stooges no terminó en forma diferente a la de Velvet Underground y MC5: terminarían separándose ante la indiferencia del público masivo y el disgusto del sello (ante la escasez de ventas y el inmanejable comportamiento de un Iggy cada vez más enganchado con las drogas duras, Elektra no hizo uso a su opción de grabar un tercer disco de la banda y les rescindió el contrato). Iggy aprovechó esto para disolver la banda, mudarse a Londres (con su nuevo amigo y partenaire, el guitarrista James Williamson, quien había ingresado en la última etapa de los Stooges originales como segunda guitarra) para finalmente grabar, a mediados de 1972, un tercer disco, Raw Power, bajo el nombre de Iggy and The Stooges.

Este disco fue producido por un famoso fan, David Bowie (quien ya había hecho lo mismo con otro de sus neoyorquinos admirados, Lou Reed, en Transformer), y para la grabación Iggy vuelve a reclutar a los hermanos Asheton (dejando afuera a Dave Alexander y con Ron pasando al bajo para que Williamson fuera primera guitarra). Pero el nivel de autodestrucción de Iggy era tal que la cosa no podía durar; no solo en privado, sino en público: Iggy tenía que convivir con su reputación sobre el escenario, reputación conformada por vómitos en escena, peleas con el público, rodamientos sobre vidrios rotos o mutilaciones varias. Un recital de los Stooges no era algo concebido sin sangre, y no me estoy refiriendo a trucos de feria a lo Kiss, sino a auténtico daño corporal sobre un escenario. Como legado final a la mística e iconografía punk venidera, quedaría registrado para la posteridad el último y legendario show de la banda, grabado en febrero de 1974 en Detroit y editado en 1976 bajo el nombre de Metallic K.O.: una sinfonía de insultos, gritos, cristales rotos y fogonazos de rock que cimentaría el mito del directo más salvaje de la historia.

A finales de los setenta su amistad con David Bowie volvió a ser crucial para Iggy. Mientras el Bowie radicado en Berlín atravesaba su etapa más experimental, juntos crearon y grabaron los seminales discos The Idiot y Lust for Life, en 1977, trabajos que definieron su carrera solista e influenciaron (con su sonido e innovaciones) a lo mejor de la generación del post punk (con Joy Division a la cabeza).

Iggy Pop y David Bowie en Nueva York, en 1986L. Busacca – WireImage

Después de perder el rumbo con cuatro discos muy desparejos y poco exitosos en los ochenta, Pop logró su enésimo “regreso” (otra vez de la mano de Bowie) con Blah-Blah-Blah, en 1986, esta vez con un mayor éxito comercial, hasta terminar de establecerse definitivamente con el excelente disco Brick By Brick, en 1990.

Continuó lanzando regularmente interesantes discos hasta que en 2016 sorprendió al mundo con Post Pop Depression, producido por Josh Homme de Queens Of The Stone Age, que fue su álbum más exitoso: top 20 en Estados Unidos y top 5 en el Reino Unido. Su trabajo más reciente, Every Loser (2025), cuenta con colaboraciones de figuras como Duff McKagan, Chad Smith y Andrew Watt, entre otros y confirma que sigue vigente y dispuesto a reinventarse.

Antes de este nuevo desembarco, Iggy Pop visitó Argentina en seis ocasiones. En 1988 debutó en el histórico Estadio Obras con un recital inolvidable, donde contó con el exguitarrista de los Hanoi Rocks, Andy Mc Coy, en su banda. Luego regresó en 1992 y 1993 y formó parte del evento de despedida de Los Ramones de la Argentina en 1996, en el estadio de River Plate. En el año 2006 volvió junto a unos reformados The Stooges para presentarse en el Pepsi Music, que tuvo lugar en el Club Ciudad de Buenos Aires, siendo su última visita hasta la fecha la de su presentación en el festival BUE de 2016.

Durante uno de sus visitas a la argentina, en 1993, Iggy conoció en el backstage de Prix D’ami a Alejandra Carrizo, una joven nacida en Neuquén y por entonces residente en La Boca, de quien se enamoró completamente y que se fue a vivir con él a los Estados Unidos. La relación, intensa y tormentosa, se prolongó durante aproximadamente tres años y dejó una huella imborrable en la vida del cantante.

En entrevistas de la época, Iggy habló de ella como una mujer “bella, ambigua y difícil”, una figura que le ofreció tanto pasión como inestabilidad emocional. No era un romance hollywoodense ni de portada: fue una historia cargada de contrastes, marcada por el magnetismo inicial y un final doloroso que inspiró una de sus canciones más íntimas.

Iggy Pop y su novia argentina, Alejandra Carrizo

En 1999, Iggy lanzó el álbum Avenue B, un trabajo profundamente personal en el que el artista abandonó por momentos la rudeza del rock eléctrico para explorar sonidos acústicos, baladas sombrías y un tono confesional. Dentro de ese marco aparece “Miss Argentina”, tema dedicado directamente a Carrizo. El tono lírico oscila entre la ternura y la desilusión, transmitiendo la fragilidad de una relación que prometía mucho pero que se consumió en sus propias contradicciones.El contexto musical acompaña el clima: guitarras suaves, arreglos atmosféricos y una interpretación vocal en la que Iggy deja ver vulnerabilidad, algo poco frecuente en un artista más asociado a la crudeza y al desenfreno. En entrevistas posteriores, recordó a su “Miss Argentina” con mezcla de cariño y desencanto, sin ocultar la huella que aquella morocha argentina había dejado en su vida.

El nuevo film sobre Superman, por James Gunn, sorprendió no solo por su retrato humano y cercano del héroe más icónico de DC Comics, sino también por la elección musical que acompaña su desenlace. En lugar de un himno solemne o una balada épica, la película cierra con “Punkrocker”, la colaboración entre Iggy Pop y la banda sueca Teddybears.

En la visión de James Gunn, Superman no es el dios distante ni el salvador solemne. Es un héroe que elige la bondad como su bandera en un mundo cínico. En ese sentido, lo suyo también es un gesto punk: desafiar la corriente dominante, ir contra la indiferencia y la brutalidad, apostar por la empatía como un acto revolucionario. El propio Iggy lo celebró: “Superman es el mejor amigo que podrías tener”. Y con esa declaración, la voz del padrino del punk acompaña al superhéroe más noble, cerrando el film con un guiño cultural tan inesperado como certero.

Lejos del descontrol de sus años más salvajes, hoy, a los 78, Iggy Pop cultiva un estilo de vida más tranquilo. Vive rodeado de su familia y de su inseparable cacatúa, Biggy Pop, que incluso tiene sus propias redes sociales, y es condecorado en Francia como una importante figura artística. No obstante, arriba del escenario mantiene intacta su energía: un torbellino de carisma, intensidad y entrega absoluta.

El recital en el Movistar Arena promete un recorrido por los grandes clásicos de su carrera —de “Lust for Life” y “The Passenger” a “I Wanna Be Your Dog”— junto con las canciones de su nuevo disco. Los organizadores aseguran una puesta de alto impacto para celebrar a un artista que nunca se conformó con las reglas establecidas. Iggy Pop no es sólo el padrino del punk: es un sobreviviente, un creador incansable y un performer que convirtió cada concierto en un ritual de entrega total.

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